martes, 15 de marzo de 2011

III CUARESMA

Evangelio: Juan 2, 5-42
"Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna"

En aquel tiempo llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era cerca de mediodía.
Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dijo:
«Dame de beber». (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida).
La samaritana le contestó:
«¿Cómo Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?»
(porque los judíos no se trababan con los samaritanos).
Jesús le dijo:
«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría agua viva».
La mujer le respondió:
«Señor, si no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Eres Tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo del que bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó:
«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dijo:
«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
Jesús le dijo:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».
La mujer le dijo:
«Sé que va a venir el Mesías, Cristo; cuando venga Él nos lo explicará todo»
Jesús le dijo:
«Soy yo, el que habla contigo».
Cuando los samaritanos llegaron a verlo, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Muchos más creyeron en Él al oír su palabra, y decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo».

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