Un sendero bien marcado
nos viene desde la cruz,
siendo aquel crucificado
nuestra vida, senda y luz.
El sendero es la promesa
que en un pesebre empezó
y acabó dando la vida,
y acabó dando la vida perdonando,
perdonando por amor.
Siento a Cristo que me llama
y que me está hablando
desde el brillo de sus ojos
en la cruz clavados.
Veo en Él la guerra y el dolor
que sufren los pueblos
y me pide que libere y cuide a los olvidados.
No tengo más riqueza que mi pobreza,
no tengo más cultura que mi incultura,
el poder lo siento en mí más que limitado,
y mi fuerza sólo es Cristo crucificado.
Entregamos nuestra vida
a Jesús y su mensaje,
como Él damos a todos nuestra vida
y nuestra sangre.
Sabemos que nuestra muerte
engendra vida en la cruz.
Una vida para darla,
una vida que aún nos falta...
la de Cristo, la de Cristo nuestra luz.
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